Cuentan las leyendas que hace muchas, muchas lunas, navegando en esa gran corriente de aguas cálidas que salía de las entrañas del mar caribe, fuertes y marineras balsas arribaron a la primera saliente de su curso (el norte de nuestro actual Ecuador) y una primera tripulación se afincó en sus playas grandes y placenteras, otras continuaron la travesía llegando hasta la ensenada donde la corriente de aguas calientes chocaba con la corriente fría que venía en dirección contraria y sus gentes se adentraron por el rumboso brazo de mar y río de agua dulce que venía del Poniente(Golfo de Guayaquil); algunas otras avanzaron a la isla (Puná) que estaba como guardia de las riquezas que se formaban al encuentro de las aguas calientes y frías y formaron, al igual que sus compañeros de viaje que quedaron en cercanas latitudes, un pueblo noble por la generosidad de sus sentimientos y la verticalidad de sus acciones.
Se asentaron y florecieron, pero no dejaron su ser aventurero y de exploradores… el puro y claro amanecer de las mañanas les mostraba una brillante cabeza de blancos y luminosos reflejos que en el lejano horizonte del poniente les invitaba a subir, a llegar al señor de las alturas (El Chimborazo desde Puná). … Y muchos emprendieron esta nueva aventura; el joven Quitumbe, hijo del cacique de la Isla de los punáes, organizó el viaje, seleccionó a los nobles de los nobles, a los valientes de los jóvenes valientes, a las bellas de las vírgenes del Sol y sus matronas, a los sabios y clarividentes de los amautas, curacas y shamanes, surcaron río arriba, treparon la selva feraz, sufrieron el clima sofocante del bosque húmedo, el embate de insectos y alimañas que no querían compartir con estos extraños sus dominios milenarios; igualmente lucharon y domeñaron a los animales del bosque y a las fuerzas de la naturaleza; a los primeros, les enfrentaron a brazo partido y, a costa de dolor y mutilaciones, obtuvieron alimento y vestido para los intrépidos viajeros; y, del variante tiempo aprendieron la reverencia al Ser Superior que cuando les hablaba lo hacía con truenos y centellas; que cuando les favorecía les brindaba su fuerza regeneradora que hacía fructificar la tierra y sanar los cuerpos cansados y con sus diarias modificaciones, les dio la orientación y guía de su itinerario.
Quitumbe, ahora, había llegado a ser el más viejo de la valerosa expedición, un millar de lunas y de jornadas de sacrificada travesía habían visto como su atlético cuerpo perdía fuerza y elasticidad y aunque pletórico de energía espiritual, requería de los hijos de sus hijos para superar los pantanos y trepar las breñas que les permitió llegar al reino de las alturas y así, cuando la luminosidad del Señor de las Alturas -el Shyri-, ordenaba a la niebla y a las nubes que se retiren, parecía que el frío silente de la nieve eterna, se mezclaba con el silencio imponente del espacio para mostrar a viajeros lo incomensurable de sus dominios, al azul inmenso de las mañanas, le sucedía el insondable negro tachonado de estrellas de la noche, allí, con la guía del viejo Quitumbe, los sabios amautas, entendieron la tradición de sus padres acerca del significado de las constelaciones reflejadas en las formas de la tierra, la cruz del sur que les señala los suyus o puntos cardinales, allí vieron el destino de los hombres, allí vieron como la simiente de sus hijos cubriría las montañas y valles de este grandioso territorio marcado por los dioses, allí vieron la forma celeste del jaguar-dios protegiendo a su pueblo establecido en esta tierra.
Quitumbe ordenó seguir la marcha hacia el septentrión y una noche, desde el macizo montañoso que le llamaron Rucu, por la apariencia de sus rocas, observaron como el cielo se iluminaba con una chasca incandescente que surcaba el cielo desde las entrañas de la constelación jaguar y cayó en el valle surcado de quebradas que se encontraba a sus pies, cerca del río donde desembocaban las aguas que bajaban del Rucu-Pichincha. Por unos instantes, el lugar de impacto se iluminó y las gentes pudieron mirar como ese sitio tenía la figura del dios-jaguar de la constelación celeste, en posición de beber el agua que bajaba desde las nieves y que se recogía en una plácida cocha. Aún antes de que Quitumbe lo ordenara, todos sintieron que ese era el lugar elegido por los dioses para el asiento de su pueblo, Así fue, bajaron y llegaron al paraje donde se encontraban las señales del impacto, Quitumbe avanzó hasta el próximo promontorio y allí murió, en ese lugar se construyó el primer tupu sagrado donde enterraron ceremonialmente a Quitumbe y desde entonces y en su honor, llamaron a su pueblo Quitu.
Quito, DM, Octubre de 2003-10-21
Francisco Páez Molestina
Victor Hugo Donoso Vela says:
Me parece excelente mi Q:. y R:. H:. Francisco. Dale mis felicitaciones a tu nieto…es un genio….
Estaré atento de lo que vayas poniendo a disposición de todos tus lectores. Ese puede ser el inicio y motivación para muchos otros HH:. que compartan sus conocimientos, sus curiosidades, sus anécdotas…..
TAF